Lo que hay en un rincón de mi mente

Tengo el orgullo de poder decir que la persona más importante en mi vida fue un verdadero heroe.
Un hombre que con cada palabra, me enseñó a ser lo que soy ahora.
Un hombre que por 65 años, se dedicó a vivir sus sueños y a hacerlos realidad.
Un hombre por el que yo daría la vida.
Un hombre que aunque ya no esté conmigo, en este mundo, lo está a cada minuto en mi corazón,
en mi mente, en mi alma.
Un hombre al que le dedico este blog.
Un hombre al que yo prefiero decirle papá...

19.10.10

El viejo silloncito


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De pronto estaba sentada en ese silloncito que tanto me encantaba. Comenzó de color verde, parecía de corduroy, con unos cuantos botoncitos de adorno. Con el paso del tiempo, y con las continuas rascadas y sobadas de lomo del famoso perro estrella de la familia "alias" Jerry, el silloncito fue perdiendo el color casi por completo. Ya  no era verde, tampoco crema, ya no era de ningún color casi cuando mi mami, harta de los imperfectos del pobre, le puso una sábana encima para tapar los huecos que las uñas feroces del mordelón dejaban. No se veía muy bonito y creo que ese era su objetivo. "Qué horrible", decía tratando que la escuches para responder "Vamos a arreglarlo". 

Eso sí, podríamos hacerle mil cambios antes de botarlo al tacho. 

Ese pequeño silloncito tiene historia. Vino desde muy lejos. Cargado de muchos sueños, fantasías ilusiones y muchas huellitas que narran aventuras. Se mudó con nosotros de Rusia a Perú. Recorrió kilómetros para luego rotar por muchos espacios de la casa. Hasta que por fin eligió el lugar más cómodo e indicado. Tu cuarto. Exactamente al costadito del lado de tu cama. 

Ese desaliñado silloncito los días de semana hacía las veces de carpeta, comedor, incluso colgador y repisa. Depende del uso y momento del día. Pero los fines de semana, se convertía en casita, resbaladera, cocina, sube y baja, hasta podía ser también un puente. Dependía de mi estado de ánimo y los primos que visitaran la casa.

Ese silloncito no solo fue todo eso, sino mucho más. 
Fue testigo de todo el cariño que desprendías, sentado en el mismo lugar juntos, siendo solo para uno. 
Escuchó los miles de cuentos y aventuras que contábamos las noches de apagón en tu cuarto.
Soportó tus angustias sentado al lado de la cama cuando estuvimos enfermos.
Consiguió mejorar su aspecto solo por quedarse viviendo con nosotros.
Sirvió de pañuelo, soporte e incluso confidente de los pensamientos ajenos.
Logró convertirse prácticamente en un miembro más de la familia.

Ahora, está solos a unos kilómetros de distancia, para ser exactos en el 126 al Sur. Ya no es verde, tampoco azul y menos plomo. Luce un lindo tapizado a cuadritos igual que los muebles que lo acompañan.

Pero así, a la distancia, ese viejo silloncito sigue siendo parte de nosotros.
Porque él también guarda un poco de ti.
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Tomé la foto con las dos manos.
Me la llevé al pecho (tal vez para tratar de imprimirla en él). 
La guardé en el primer cajón de mi mesita de noche (tal vez para tenerla a la mano).
Miré el reloj... y luego al espejo.
Ya no tenía 8 años.

El día recién empezaba.


Fue como si volviera a tener 8 años...

1 comentario:

Mr.d dijo...

Lindo relato. Que bueno es compartir en este medio con otros "colegas" vivencias mínimas que a nadie deberían importar y que sin embargo terminan familiarizando a quien lo lee, pues muchas veces lo coditiano llega a ser perpetuo.

El heroe de mi vida