Así como así, empezó octubre

Cerré los ojos para ver si el dolor de cabeza se iba al menos por un ratito. Pasar los feriados metida en la cama y tapada hasta el cuello con la nariz roja como un rocoto no era la idea perfecta para un el “fin largo” soñado.

Sólo bastó que él tomara mi mano en la oscuridad y la apretara fuerte contra su pecho para sentirme mejor. “Ya, te vas a curar rapidito mi amor. Ya hice que todo me lo pasaras a mí para que tú estés mejor”, me dijo mientras soltaba un poco la fuerza con la que la presionó.

Creo que no existe mejor medicina que esa.

Como cuando te acercabas a mi cama, te sentabas en un rinconcito que dejaba libre a mi lado y me acariciabas la frente. Presionando fuerte entre el ir y venir de tu mano en mi cabeza, y casi suspirando decías “cómo no me hubiera pasado a mí en vez de a ti hijita. Yo podría soportarlo más que tú”.

Podía ser algún malestar mínimo, un resfrío o un dolor de panza, pero igual. Hubieras querido que ese pequeño dolor te agarre a ti. Igual, si hubiese sido una pena, de cualquier tipo inclusive. Mal de amores, de amistades perdidas, de guerras ganadas con lágrimas finales también. En todas esas malas etapas por más pasajeras que sean, hubieras querido recibir esos balazos por mí.

Pero era la única forma de crecer.

Verlo a los ojos ahora, recordar el preciso momento en que soltaba mi mano contra su pecho, me hacen pensar una y mil veces en lo feliz que estoy ahora.

No pude encontrar a nadie mejor con quien pasar el resto de mi vida.