Tenía los ojos clavados en esos miles de millones de microscópicos puntos marrones mezclados con algo de negro. Habían pasado ya 15 minutos desde que bajó del carro y caminó directo a esa inmensa masa de agua fría. Casi tan fría con el mismo hielo alojado en su corazón hacía ya unos días.
Caminó sin rumbo.
No quería tenerlo claro.
Iría caminando hasta cuando sus pies decidan parar. Esta vez, ellos tendrían el control sobre su mente.
Simplemente caminó y caminó a paso muy lento.
Sus pies parecían dialogar el uno con el otro. Seguían un patrón. Prometieron andar sin preguntar, hasta donde los lleve el viento.
Guiada por el sonido de las olas y de las gaviotas que tristes volaban sobre una playa desierta que parecía pedir a gritos un poco de sol, siente un fuerte golpe detrás de ella. Sus pies se detienen y da media vuelta. La peña que había dejado atrás ahora tenía caídas de agua naturales y poco formadas. La consecuencia de ese choque entre el mar y la roca le sonaron tan duro como lo que estaba viviendo en ese preciso momento. Miró fijamente la peña. Esa peña en donde tantos momentos se hicieron inmortales y quedaron grabados en sus deformes paredes rocosas.
El fuerte golpe resonó en su mente una vez más. Esta vez como un llamado. Giró por completo entonces como dirigida por cuatro hilos imaginarios que conocían sus deseos tanto o más que ella misma. Se dio la vuelta hasta quedar totalmente frente al gan peñaco que aun dejaba caer grandes chorros de agua. Un golpe más y ya había emprendido el camino hacia allá. No deseaba más que sentir ese fuerte golpe un poco más cerca. Era la salida perfecta. La excusa ideal para dejar salir ese reo que oprimía su corazón sun dejarlo latir. Sin dejarlo vivir. Deseando que poco a poco deje de existir.
Las olas golpeaban con más fuerza mientras ella se acercaba.
"Vete de aquí" parecía decirle el mar, "el cielo está gris y estoy alterado, vuelve otro día" escuchaba en su interior mientras el viento soplaba más fuerte.
El sonido de las olas, más intenso ahora, apresuraba sus pasos y sus zapatos ahora parecían hundirse en la fina arena de setiembre. El andar se hacía entonces más lento y fastidioso.. pero ella debía llegar.
Muy cerca, con la brisa del mar casi mojándole el rostro, dobló las rodillas y cayó al suelo. Bajó los brazos e introdujo sus manos en fría arena. Contuvo la respiración triturando con los dedos cada particula de arena que sentía correr por ellos.
Su mirada, se nubló derepente. Ya no era un gris paisaje típico clásico para cuadro de pintura, sino una imagen un poco borrosa. Fue en ese momento que entendió que el mar había alcanzado sus ojos.
Tomó aire profundamente, cerro los puños con una fuerza descomunal y un fuerte golpe de mar en las rocas se fusionó con el grito más desahogador que jamás podrá ser descrito.
Una parte de ella se había esfumado para siempre.
Casi tan rápido como ese pequeño momento que viven las olas al chocar con grandes peñas.
... llegan, golpean con fuerza, y se van...
Llevándoselo todo...
Llevándoselo todo...
2 comentarios:
Un encuentro con el mar, su cantar, la tierra, gritar...la mejor manera para desahogarse.
Me provoca ir a las peñas del salto del frayle por la herradura...amo ese lugar mas en invierto que en verano.Excelente post Marité, casi casi consigues que respire la brisa del mar mientras leía.Un abrazo!
Se parece a una de mis constantes catarsis con el mar y la brisa...esencial y DIVINO
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